Merced y actualidad

El escapulario de la Virgen de la Merced
Historia, espíritu y vida

En el relato más antiguo de la Orden, en el que nos narra la maravillosa fundación de la Merced, aparece la Santísima Virgen María entregando el escapulario a san Pedro Nolasco, como símbolo de la divina inspiración mariana en la que se funda esta obra de misericordia: la Orden de la Merced. El escapulario se constituye así en el símbolo venido de lo Alto para hacer presente y siempre viva la maternidad de María en sus hijos e hijas mercedarios. De ahí que los hijos de la Merced, religiosos y laicos, estarán siempre, con este símbolo místico, revestidos de María, de un modo incluso físico, para expresar la totalidad espiritual. Una totalidad, significada en el vestido, que, en el mundo eclesiástico, es vista hoy, sin embargo, como sospechosa de integrismo y de maneras rancias y poco dinámicas.

El propio relato fundacional, como la significación del escapulario en sí, esto es, como prenda de consagración, de protección y de devoción filial, hunde sus raíces en el abonado campo de la reforma y devoción mariana de la Iglesia de los siglos XIII y XIV, donde esta prenda piadosa, junto con el color blanco del hábito, tenían un significado de reforma al amparo y protección del manto de la Madre de Misericordia.

Pero en la Merced el escapulario adquirió pronto una significación particular con un plus añadido. Esta prenda devota, con la que se significaba la consagración de los fieles al Señor por medio de la Virgen María, la especial protección de Ésta para con sus hijos especialmente consagrados a Ella, y la devoción piadosa de éstos hacia su Madre celestial, se convirtió, además, en el signo de los redimidos por la Merced de María. El santo escapulario de la Merced era recibido, junto con la libertad redimida del cautiverio, por los cautivos que eran rescatados por la obra de misericordia mercedaria de las redenciones. Los libros de lascuentas de las redenciones y los relatos de las redenciones con gran detalle atestiguan esta vestición. Los cautivos al ser redimidos de la esclavitud del cautiverio vienen revestidos de la recobrada libertad de los redimidos por Cristo, gracias a la Merced de María, con el escapulario mercedario. Los cautivos son los hijos predilectos de María de la Merced y a través de Ella, una vez redimidos y rescatados de su pena, son consagrados con la imposición del escapulario, que es el signo de esta libertad concedida por la gracia de María a la que son confiados a su protección y alentados a su devoción. Los frailes de la Merced, entre los fardos de mercancías, arca de dineros y de papales, llevan 'santos escapularios' para revestir a los cautivos rescatados con este singular signo de la libertad redimida de los hijos de Dios. Sabemos que eran blancos y con el escudo de la Orden por un lado, reservando el otro, según la época, a imágenes de devoción que significaban la redención: Cristo bajando al Limbo a rescatar las almas, María descendiendo a liberar a los cautivos, el anagrama de la Esclavitud Mercedaria, como tres ejemplos de los más significativos. Desde el momento de la redención (o rescate) el cautivo pasa a ser 'posesión' de un nuevo patrón, ahora en sentido espiritual, que en este caso es la Virgen María de la Merced, a la que son consagrados como sus 'esclavos'.

La iconografía mercedaria, fruto del destilado de su espiritualidad a través de los siglos, ha reflejado, sobre todo en dos escenas, la importancia del escapulario de la Merced. En primer lugar, en la representación de la fundación de la Orden, como queda dicho, en la que María desciende de los Cielos a investir con él a San Pedro Nolasco con la blancura de su escapulario, entregándole así la misión de fundar la Orden y consagrándolo como su especial hijo y Patriarca de muchos nuevos hijos e hijas de la Merced de María. En segundo lugar, la imagen de María de la Merced, a partir de un momento, revestida Ella misma con el hábito y escapulario, aparece también acompañada a sus pies de cautivos (o esclavitos como llama en algunos lugares la devoción popular) que portan el escapulario como signo de haber sido redimidos de su cautividad. Se puede decir, volviendo a las categorías y lenguaje medievales, que el escapulario aparece como 'armadura de la fe' de redentores y redimidos, caballeros de la mejor Señora nunca habida.

Esta consagración y especial protección que reciben los cautivos con la devota imposición del escapulario de la Merced, llegado un momento, al menos — aunque con claros antecedentes — desde el siglo XVI, con el nacimiento atestiguado de cofradías y hermandades mercedarias, sobre todo de la clásica y afamada Esclavitud Mercedaria —al parecer más antigua que la ahora más conocida Esclavitud de María — esta consagración e implorada protección mariana viene extendida a los cofrades y devotos que lo visten como signo de su especial ofrecimiento a la Virgen María de la Merced, como sus ‘devotos esclavos’. Larga, según parece, es la lista de las indulgencias concedidas por los Pontífices a todos los que se revestían con esta singular armadura de la fe, de la esperanza y de la caridad que expresa el blanco escapulario de la Virgen de la Merced (Clemente VIII, Clemente IX, Inocencio XI, Alejandro IV, Alejandro VIII, Pío IX, Benedicto XV, entre otros). Así como muchos fueron los reyes, los señores y los prelados que quisieron revestirse de María de la Merced con las gracias de su santo escapulario.   

El escapulario mercedario, por tanto, lleva en sí, entrelazados y formando un solo tronco, tres principios fundamentales de la específica y mercedaria devoción a la protección de la Virgen María de la Merced. Pues en el escapulario mercedario se refleja y se significa, cuasi como un sacramental, tres realidades convergentes:

– la intervención de María como fundadora de la Orden de la Merced.

– la consagración mariana de los cautivos redimidos en su rescatada libertad.

– la protección especial de la Virgen de la Merced a todos sus devotos que a Ella se consagran. 

Y así misión, consagración y amparo alentador y protector de Dios por intercesión de la Virgen de la Merced se concretan en este símbolo sacramental que hace presente y real el envío redentor, la ofrenda del devoto y el auxilio de las mercedes de María.

Esta tríada, fundida en la piadosa devoción a la Virgen de la Merced, es la que ha llegado hasta nosotros en la práctica de la vestición y devoción del escapulario mercedario. Una espiritualidad que — quizá hoy venida a menos por el racionalismo desacralizador y secularizante inoculado a la piedad católica — encontró un gran portavoz, de manera especial en la historia reciente, en el papa Benedicto XV con ocasión de las plegarias para implorar la finalización de la Gran Guerra (1914-1918), en el marco del VIIº centenario de la fundación de la Orden. El Papa, que según confiesa, había portado desde su adolescencia, desde una visita a Madrid, el santo escapulario de la Virgen de la Merced, concedió indulgencia a todos los devotos que pronunciaran las jaculatorias: Redentora de cautivos, ruega por nosotros o la similar, Piadosísima Madre de la Merced, ruega por nosotros.

Por tanto, el escapulario de la Merced es el signo de consagración, de protección y de devoción que aúna a toda la familia mercedaria, pues es el signo más tierno y, a la vez, mistérico — un sacramental mercedario — que refleja y hace viva la caricia y especial protección de la Santísima Virgen de la Merced en favor de sus fieles devotos.

Hoy, quizá, en estos tiempos en los que la espiritualidad católica — desgajada del tronco más puro de su Tradición genuina, como fruto de la moderna teología abstracta, especulativa y racionalista y, por qué no decirlo, con ciertos tintes o proclive a lecturas secularizantes — ha dejado en cierto olvido estos signos de transcendencia inmanentada del sentimiento religioso devoto. Y así el escapulario, como otros tantos símbolos y signos, ha quedado aparcado como reliquia de un tiempo pasado y como pieza de museo, como, en el fondo, son hoy todas las catedrales y los ornamentos clásicos (y no sé si con ellos también la fe). La perfecta unión entra la naturaleza y la gracia en todas sus dimensiones, hoy parece empeñarse en esta independencia del mundo (y de la libertad del hombre) con respecto a Dios. Y así los símbolos religiosos quedan reducidos a puros signos y éstos, por tanto, recluidos en vitrinas de museo. Un museo, el del escapulario, como todos los otros ‘museos sacros’ que están llamados a salir de sus vitrinas para volver a significar, sin complejos modernistas, la presencia de la gracia (de Dios) en el cotidiano acontecer de la naturaleza (del día a día en su hora a hora). Una gracia que, evidentemente, sigue siendo misión, pero también es consagración y por supuesto protección, aliento, amparo, auxilio, presencia.

El Escapulario de la Virgen de la Merced constituye otro toque de campana que invita a la Orden y a la completa Familia Mercedaria a salir, esto es, a repensar:

– en primer lugar, la misión original en fidelidad, aunque conlleve, como la misma evangelización, la necesaria confrontación con la civilización de consumo técnico-liberal desacralizada (y en gran medida apóstata o neopagana), pues la misión es patrimonio heredado, no elucubración de moda de teología y espiritualidades ideologizadas de adanismos progresistas;

– en segundo lugar, su consagración, con lo que significa y comporta querer agradar a Dios antes que a los hombres como alternativa al totalitario mundo capitalista y hedonista;

– y, en tercer lugar, a revivir esa comunión constante y cotidiana con lo sagrado en el normal acontecer diario, para no esconder a Dios en el armario del teísmo pululante que lo encorseta o en sentimentalismos privados o en una lejana idea abstracta. Pues detrás de un olvido, de un desuso o de un museo (como el del escapulario) hay un vasto campo de ideas — o en este caso mejor de ideologías, conscientes o inconscientes — que los crean y los sostienen.      

La propagación de la devoción a la vestición del escapulario de la Virgen de la Merced implica el desafío santo, por tanto, de extender la misión venida de los Cielos: la redención de los cautivos (defensa, sostenimiento y propagación de la fe); la consagración a Dios para conseguir la verdadera libertad de Dios, quebrando la tiranía totalitaria del secularismo; y la protección singular de la Virgen de la Merced en el valle de lágrimas que sigue siendo y será siempre la limitación de la vida con ansias de trascenderse y glorificarse.

Cura et studio
Sodalium Instituti Historici Ordinis de Mercede