Merced & historia

Un fraile de la Merced Torero,
Pablo Negrón

La Merced también ha dado a luz a un fraile torero. Se trata de fray Pablo Negrón, oriundo andaluz, que desarrolló su vida y su afición tauromáquica en los alrededores de Lima (Perú) a inicios del siglo XIX.

 

Su singular noticia la conocemos gracias al relato ¡¡Buena laya de fraile!! Crónica de la época del trigésimo séptimo virrey del Perú del escritor Ricardo Palma (Manuel Ricardo Palma Soriano, 1833-1919) que se encuentra publicado en el libro Tradiciones peruanas. De él nos dice, entre otras cosas:

 

Fray Pablo habría sido un fraile ejemplar, si el demonio no hubiera desarrollado en él una loca afición por el toreo. Destrísimo capeador, a pie y a caballo, pasaba su tiempo en los potreros sacando suertes a los toros, y conocía mejor que el latín de su breviario la genealogía, cualidades y vicios de ellos. Él sabía las mañas del burriciego y del corniveleto, y su lenguaje familiar no abundaba en citas teológicas, sino en tecnicismos tauromáquicos. Hasta 1818 no se dio en este siglo corrida en la ciudad de los reyes y lugares de diez leguas a la redonda en cuyos preparativos no hubiera intervenido fray Pablo, ni hubo torero que no le debiese utilísimas lecciones y muy saludables consejos.

 

[...] Inútil era que el comendador de la Merced y aun el arzobispo Las Heras amonestasen al fraile para que rebajase algunos quilates a su afición tauromáquica. Su paternidad hacía ante ellos propósito de enmienda; pero lo mismo era ver un animal armado de puntas como leznas, que desvanecérsele el propósito. La afición era en él más poderosa que la conveniencia y el deber.

 

Se cuenta que en la corrida que se celebró por el nombramiento del nuevo virrey, en 1818, el torero Pizí cayó gravemente herido y «el mercedario terciándose la capa brincó del andamio y a todo correr se dirigió al pilancón».

 

 

El relato continúa:

El toro dejó sobre la arena al moribundo Pizí para arrojarse sobre el intruso fraile, quien con mucho desparpajo se quitó la capa blanca y se puso a sacarle suertes a la navarra, a la verónica y a la criolla, hasta cansar al bicho, dando así tiempo para que los chulos retirasen al malaventurado torero.
Ante la gallardía con que fray Pablo burlaba a la fiera, el pueblo no pudo dejar de sentirse arrebatado de entusiasmo, y palmoteando lo lucido de las suertes, repetían todos:
–¡Buena laya de fraile!
Viven aún personas que asistieron a la corrida y que dicen no ha pisado el redondel capeador más eximio que fray Pablo Negrón.

 

El fraile, una vez muerto el toro, fue llevado preso al convento de la Merced, donde fue castigado y «se le suspendió de misa y demás funciones sacerdotales y se le prohibió salir del convento sin licencia de su prelado». Este encierro hizo que el fraile cayera enfermo por melancolía y los médicos mandaron que lo sacaran de Lima al campo. Allí recobró la salud y volvió a las andadas. No obstante, dio «con la horma de su zapato» y en una hacienda, toreando, un «furioso berrendo que le dio tal testarada contra una tapia, que le dejó para siempre desconcertado un brazo y, por consiguiente, inutilizado para el capeo».