Merced & historia

1834
Vicarios Generales O. de M.
Época de precariedad

Las revoluciones liberales que azotaron y cambiaron el mundo occidental en el siglo XIX pusieron en grave crisis la supervivencia de la vida religiosa. El liberalismo más radical abogó por la supresión y desamortización de los religiosos. Para la Merced supuso su final en Francia, su practica desaparición en España y en gran parte de las nuevas y liberales repúblicas hispanoamericanas desgajadas de la antigua monarquía católica, así como su extenuación en la península e islas itálicas, exceptuando la casa del procurador de Roma bajo el amparo pontificio. El último maestro general murió a las puertas de las leyes desamortizadoras de Mendizábal de la España liberal (1834). Las circunstancias adversas hicieron imposible la celebración de un capítulo general electivo. El Procurador y el Prior de Barcelona intentaron copar este vacío, no sin conflicto entre ellos (1834-1836). Y así, desde 1834 se establece lo que podíamos llamar un ‘régimen de excepción’ del gobierno de vicarios generales nombrados por la Santa Sede (1836-1880).

 

El gobierno de estos vicarios generales consistió, sobre todo, en salvaguardar lo que quedaba y en resistir a la espera de mejores tiempos para volver a restaurar la Orden. Roma, el convento de san Adrián, se constituye en el bastión de mercedarios jóvenes con el Vicario general, procedentes en su mayoría del convento de Barcelona, con el objetivo de esta salvaguarda y resistencia. En esta época el futuro restaurador de la Orden, Pedro Armengol Valenzuela, estudiará, por ejemplo, en este convento romano venido desde Chile.  

 

A los vicarios generales les tocó gobernar y tutelar, en la medida de lo posible, las cenizas de la Orden (Roma y algunos conventos pobres y dispersos en las partes hispanoamericanas donde el azote liberal fue más moderado). Los vicarios generales fueron los siguientes:

  • Buenaventura Cano, en un primer momento como procurador de la Orden (1834) y Tomás Miquel como Prior de Barcelona (1834-1868),
  • José Reig Estivil (1868-1869) y
  • José María Rodríguez y Bori (1869-1879), designados ambos por la Santa Sede.